Académicos Extremeños numerarios en la Real Academia Española (1713-2013)

 

Académicos Extremeños numerarios en la Real Academia Española (1713-2013) 

Por ALEJANDRO GARCÍA GALÁN, Cronista Oficial de PEÑALSORDO (BADAJOZ) 

Interés por los académicos extremeños de la Lengua 

(Pasaron demasiados años desde que me propuse escribir un artículo que versase sobre los académicos de número en la Real Academia Española nacidos en Extremadura; tal vez desde que tuve acceso al conocimiento de la obra -cumbre- de don Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970), hombre clave en la bibliografía y bibliofilia de las letras hispanas en siglo XX. Por un motivo u otro siempre fui aparcando el tema hasta que hoy me lo he replanteado nuevamente).  

   Empezó todo en la Universidad Central de Barcelona en los comienzos de los años setenta del pasado siglo en clase de "Literatura Española del Siglo de Oro", que impartía la profesora Rosa Navarro. Esta continuamente traía a colación el nombre de Rodríguez-Moñino como autoridad académica de su exposición doctrinal. "Porque, como dice Rodríguez.-Moñino...", "Así, según Moñino", "Como expone Rodríguez-Moñino al respecto"... Me empezó a llamar la curiosidad este nombre desconocido por mí que,  por otro lado, no había oído jamás. Y cuál sería mi sorpresa, cuando un día me entero que este sabio tan citado había nacido en mi misma Región, Extremadura, y que por más señas acababa de fallecer (1970). Y me intereso por él y comienzo a leer escritos sobre él y suyos y me van enganchando sus lúcidas interpretaciones y sabias opiniones. Y observo que cuanto sale de su pluma me interesa por su exposición en claridad y contenido. Y termino el curso y más tarde la carrera.  

    Transcurre un tiempo y poco después (1975), la familia opta por trasladarnos a vivir en Madrid y aquí me hago socio del Ateneo madrileño, que visito con frecuencia y comienzo a interesarme por la mayor parte de la obra de don Antonio que se guardaba en sus vitrinas; por otro lado extensa, y cuál no sería mi sorpresa cuando en los archivos del Centro observo el nombre de otro Rodríguez-Moñino, Rafael, y me intereso por él y pregunto. Empiezo a leer algunos de sus escritos, y también me parecen interesantes. Y asocio a los dos personajes como padre e hijo. Y ahí no paso. (Más tarde sabría que se trataba de un sobrino). Y alcanzamos 1979 y me hago también socio del Hogar Extremeño de Madrid, en la Gran Vía. Se crea por estas fechas una revista en el propio Hogar, Región Extremeña, que dirige un  periodista de pro, José Julián Barriga. Y este me anima a escribir algo sobre Moñino para la sección de la revista "Extremeños en el recuerdo", y me hago cruces entre mi contento y preocupación (jamás había publicado nada en prensa, salvo alguna carta al director), y él mismo me proporciona el teléfono de la viuda de don Antonio, doña María Brey, a la que conocía por referencias. Y la visito en su domicilio de la calle San Justo y me recibe de manera amable y me ofrece la espléndida biblioteca que ambos habían conseguido a través de los años, y que, tras su fallecimiento (1995), acabaría en una sala hecha ex-profeso en la sede de la R.A.E. Tras nuestro primer encuentro e investigación posterior en tan magno espacio, escribo mi primer artículo (julio, 1979) para la revista sobre la vida y obra de A. Rodríguez-Moñino, "Príncipe de los bibliógrafos españoles" -en palabras del hispanista francés Marcel Bataillon-, y unos meses después, tras su publicación en Región Extremeña, se reproduce en los prestigiosos Cuadernos de Bibliofilia en Valencia.  

Académicos extremeños de número electos. Sus nombres. 

   Pues bien, aquí empieza mi interés por los académicos extremeños de número en la historia durante los 300 años. Y comienzo por mis visitas a la sede de la R.A.E. en la calle Felipe IV, y me pregunto qué otros extremeños habían sido académicos de la Española. Y me pongo a investigar desde el momento de su fundación; y me hago de algún anuario de la propia Academia que me proporciona datos y voy anotando y descubro al primer extremeño que ingresa en la magna Institución, nacido en Romangordo: Francisco Pizarro Piccolomini de Aragón (1713-1736; Silla I.), de familia trujillano-italiana; marqués de San Juan; caballero de Calatrava, y mayordomo y caballerizo de la reina. A él se debe la traducción de Cinna, de Pierre Corneille. Sería también presidente del Consejo de Indias. El también extremeño Francisco Gregorio de Salas en uno de los numerosísimos sonetos que redacta, lo definirá como "Pacífico varón, prudente y justo". El último extremeño de los académicos en ingresar desde 1713, será un reconocido sabio en el mundo de las letras: Antonio Rodríguez-Moñino y Rodríguez (1968-1970; S. X.), de Calzadilla de los Barros. Moñino es uno de esos intelectuales a los que acude cualquier hispanista para conocer a fondo escritores españoles, muy especialmente a los prohombres de nuestro siglo de Oro. Y entre ambos académicos, los otros miembros numerarios nacidos en la Región: Miguel Gutiérrez de Valdivia y Cortés (1728-1747; S. Z.), de Villanueva de la Serena; de la Orden alcantarina; poco más se puede decir de él. José de Carvajal y Lancáster (1751-1754; S. O.), nacido en Cáceres; fue director de la Academia antes de ser elegido como numerario. Sería el primer director no perteneciente a la familia de los Pacheco, y 5º en el orden de directores. Algunas de las reuniones que realizan los académicos en esta época se celebrarán en su propia vivienda por vez primera y no en el palacio de los Villena, donde se habían venido celebrando desde un principio; sería un director excelente, si bien solo estuvo 3 años en el cargo. Salas asimismo le dedicará otro poema notable. Vicente García de la Huerta (1760-1787; S. N.), natural de Zafra, insigne poeta y dramaturgo, compiló su Teatro español (16 volúmenes), y aporta su reconocida tragedia Raquel para el teatro; fue asimismo además, miembro de la Academia de la Historia, de la de Bellas Artes y Buenas Letras de Sevilla; fue supernumerario en 1759 y numerario un año después. Sin duda es uno de los prohombres de las letras españolas en su época y reposan sus huesos en el cementerio de la iglesia de San Sebastián. Ignacio de Hermosilla y Sandoval (1767-1802; S. P.), de Llerena; hermano del ingeniero y arquitecto  Joseph, autor de las obras de remodelación en el Paseo del Prado madrileño, por encargo del rey Carlos III; además de académico de la Española, también lo fue de la de Bellas Artes y de la Historia; nos dejó escrito su Noticia de las ruinas de Talavera la Vieja (1762), para los amantes de la arqueología. Diego Suárez de Figueroa (1728-1743; S. L.), nacido en Badajoz, para unos, en Talavera la Real, defienden otros; capellán mayor del rey y calificador del Santo Oficio; gran revisor del Diccionario de Autoridades (1739); tradujo a Plutarco y es autor de diversas traducciones de obras greco-latinas; a su pluma se debe la Vida, excelencias y muerte del Glorioso Patriarca San José; es también el responsable de Anales de la ciudad de Badajoz. Vicente de Vera y Ladrón de Guevara (1763-1813; S. J.), de Mérida, VII conde y I duque de La Roca y marqués de Sofraga por su matrimonio; con muchos cargos políticos palaciegos, no pudo dedicarse plenamente a los asuntos de la Academia; consejero de Estado, caballero de Santiago, capitán general de los Reales Ejércitos, mayordomo mayor del príncipe de Asturias; académico de la Academia de la Historia y director de la misma; colaboró no obstante en el Diccionario. Francisco Capilla (1779-1780; S. B.), de Monterrubio de la Serena, clérigo del oratorio del Salvador; estuvo muy relacionado con los oratorios extremeños de Nuestra Señora de Guadalupe, el de Santa Cruz de Palomero, del Santísimo Cristo de Zalamea, el de Serradilla y otros. Poco aportó a la Real Academia Española en la que estuvo solo un año como académico. Francisco Patricio  Berguizas (1801-1810; S. I.), de Valle de Santa Ana, otros lo ponen como nacido en Valle de Matamoros, de cualquier manera extremeño; fue bibliotecario regio; sacerdote de vida silenciosa y recatada que pasó por la Academia casi de puntillas; gran lingüista, sería conocedor de las lenguas clásicas: latín, griego, árabe y hebreo, además de diversas lenguas europeas; experto helenista, tradujo directamente del griego a Píndaro en sus Olímpicas donde "Píndaro es Píndaro" y no el Píndaro que se conocía por la traducción de Fray Luis de León; compuso unas Odas a Píndaro con el título de Obras poéticas de Píndaro con texto griego y notas críticas, traducidas en verso; es asimismo un admirable, agudo y crítico social. Juan Meléndez Valdés, de Ribera del Fresno (electo en 1812 en pleno apogeo napoleónico, mas nunca tomaría posesión de su silla. Al llegar Fernando VII a reinar en 1814 tuvo que exiliarse acusado de afrancesado, muriendo en Montpellier en 1817; (S. B.). Probablemente este sea el poeta más destacado de la corriente lírica de todo el siglo XVIII en nuestro país, destacando especialmente su égloga Batilo. Juan Donoso Cortés (1848-1853; S. R.), de Valle de la Serena; marqués de Valdegamas, filósofo, político, diplomático y escritor. Su gran aportación a las letras españolas: Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo. Fue asimismo académico de la Historia. Falleció en París.  Adelardo López de Ayala (1870-1879; S. f.), nacido extremeño, en Guadalcanal (1828) y fallecido andaluz (1879), por la ley de Javier de Burgos de 1833, excelente dramaturgo, escribe Un hombres de Estado y Rioja; pero se inclina por la alta comedia del momento; triunfa con El tejado de vidrio, El tanto por ciento, El nuevo don Juan y Consuelo -tal vez la más lograda-. Justifica la Revolución del 68, es nombrado ministro de Ultramar con Amadeo de Saboya y después con la Restauración. Siempre se consideró extremeño, pues extremeño nació, y Badajoz le rinde tributo con una estatua en el centro de la ciudad. Le sustituye en la silla otro extremeño: Gabino Tejado Rodríguez (1881-1891; S. f.), de Badajoz; "G. T. no dejó huella alguna destacable en su paso por la Corporación, en palabras muy duras de Zamora Vicente, que añade: personalidad difuminada con el paso del tiempo". Sus colegas académicos también lo maltratarían. Hizo una buena traducción de Los Novios de Alessandro Manzoni y alguna escapada al teatro; de convicciones religiosas, se escudó en la fe. Vicente Barrantes Moreno (1876-1898; S. g.), nació en Badajoz de cuyo seminario salió para establecerse en Madrid a los 19 años; periodista e historiador, a él debemos los extremeños su impagable Catálogo razonado crítico de los libros, memorias y papeles impresos y manuscritos que tratan de las provincias de Extremadura, y especialmente su Aparato bibliográfico para la historia de Extremadura (3 tomos); autor extremeñista,  como se recoge en toda su obra, escribió igualmente  las novelas Juan de Padilla y Siempre tarde. Su espléndida biblioteca a su muerte sería incorporada al monasterio de Guadalupe; Enrique Díez-Canedo Reija (1935-1944; S. R.), también nacido en Badajoz y fallecido en Cuernavaca (México), es hombre de gran talento; toma posesión en 1935 y le contesta otro de los grandes: Tomás Navarro Tomás. Escribe sus artículos en El Liberal y le une gran amistad con Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Moreno Villa. Republicano, ejerce de embajador en Montevideo y Buenos Aires. Tras la guerra civil ha de exiliarse y la Academia lo destituye por órdenes superiores del Régimen, como les sucedería a otros académicos que se encontraban en la misma situación. No obstante sus sillas no fueron ocupadas mientras ellos vivieron. De él dirá este último: "... he tratado mucho a Enrique Díez-Canedo... He conocido pocos hombres tan ponderados, tan abiertos a las voces nuevas y tan iguales en su amistad a lo largo del tiempo". 

   De entre todos estos académicos de número, hemos de señalar que dos nacieron en la Alta Extremadura; los otros en la Baja. Y permítasenos que entre los académicos numerarios quiera incluir a uno muy especial: Manuel José Quintana  (1814-1857; S. J.), que si bien nacido en Madrid, sus padres lo eran de Cabeza del Buey, donde nuestro coronado poeta pasaría algunos periodos de su vida, unas veces de forma voluntaria; desterrado en otras ocasiones. Al igual que López de Ayala, siempre se sentiría muy extremeño; e incluso, oí decir en alguna ocasión a alguien muy erudito caputbovense que la madre ya iba encinta desde el pueblo antes de la llegada a este mundo de nuestro laureado poeta, al ser nombrado su padre para un cargo en la Corte.  

   Cuando redactamos estas líneas, 2022, hemos de anotar el nombre de la letra "q" para nombrar a una mujer también académica. Se trata de doña Asunción Gómez-Pérez, natural de Azuaga y experta en Inteligencia Artificial. Y si bien su nombramiento se sale del alcance de nuestro objetivo de los 300 años señalados, queremos dejar constancia de su nombre como nueva académica de número. 

Algunas observaciones al margen 

  [(En un próximo/pasado me encontré muy unido a la Academia. Asisto a actos que se celebran en su sede: a la lectura de entrada de algún miembro numerario o la inauguración de la sala dedicada a Rodríguez-Moñino; e incluso, recibo clases de doctorado en la propia Academia, que imparte el numerario don Gregorio Salvador y me premia con alta nota; mas poco a poco me iría distanciando de la Institución, pues  durante varios años opto por residir en el país vecino, Francia, y abandono mis relaciones con  el trato de la docta Casa. Y cuando vuelvo de mi largo periplo europeo me centraré en temas más marginales, como son aquellos referentes a la vida cultural de Extremadura desde Madrid)]. 

   Como observará el posible lector, gran parte de estos señalados  extremeños como numerarios son personajes de escasa relevancia intelectual y literaria, casi desconocidos en la actualidad, que pasaron por su comportamiento como académicos sin pena ni gloria, sin dejar casi huella. Otros por el contrario, alcanzaron relevantes méritos  intelectuales y literarios, sobresaliendo en el panorama cultural en su época y dejando escuela. Además, hemos de considerar cómo desde el momento de su fundación, la Academia Española deja constancia de sí misma a través del acta redactado. Tal evento se da formalmente un 3 de agosto de 1713, y en donde se primará desde un principio la alta aristocracia, el alto clero y los militares de alta graduación. Esta consideración será una constante durante un siglo,  hasta la conclusión de la guerra contra Napoleón (1814). Hasta este momento los burgueses, aun reconocidos sus méritos intelectuales, serían apartados por su condición social. Será tras los acontecimientos bélicos anotados cuando  españoles e hispanos llegarían a tan alta distinción por méritos propios. Se harán presentes: gramáticos, narradores, poetas, filólogos, médicos, ingenieros, arquitectos, periodistas, abogados... Con todo, seguirían entrando las personas de la alta sociedad tradicional, siempre varones; pero ahora lo harán por méritos propios y aportaciones personales a la lengua, como también a la ciencia y al arte.   

   De tal modo hemos de observar y considerar desde los comienzos, cómo destacados intelectuales extremeños de su momento quedarían fuera de la participación en tan magna empresa, cuando eran grandes sus méritos intelectuales como escritores. Son casos muy palpables; entre otros, los  de Francisco Gregorio de Salas (Jaraicejo) y Juan Pablo Forner (Mérida); ambos del s. XVIII. Considero que con de Salas se cometió una inmensa injusticia al no ser elegido académico, pues fue un fino y prolijo pensador, así como aceptable poeta. Es harta conocida y reiterativa la décima dedicada a los extremeños que comienza con "Espíritu desunido/ domina a los extremeños/ jamás entran en empeños/ ni quieren tomar partido"; mas quiero llamar la atención sobre todo en los variados poemas que dedica a sus paisanos con este singular y extenso título de "Elogios poéticos dirigidos a varios héroes y personas de distinguido mérito en sus profesiones y de elevados empleos, así antiguos, como modernos, y algunos de ellos que actualmente viven, todos naturales de la provincia de Extremadura" (1773), con este barroco encabezamiento tan propio de su tiempo. En el siglo XIX citaremos a Bartolomé José Gallardo (Campanario), uno de los más grandes bibliófilos españoles de todos los tiempos y a José de Espronceda (Almendralejo), el más grande de todos los poetas románticos. En el XX a José María Valverde (Valencia de Alcántara) y Pedro de Lorenzo (Casas de Don Antonio); y a Felipe Trigo (Villanueva de la Serena), este a caballo entre ambos siglos. (Bien merecieron todos ellos una silla). Por cuanto respecta a  don Pedro, que me honraría con su exquisita amistad en sus últimos años de vida, me comentó en alguna ocasión que sí fue propuesto por algún académico para numerario de la Academia; si bien, al final no saliera elegido. 

La Academia. Antecedentes 

Habríamos de remontarnos hasta la Grecia clásica para hablar de academias en sentido estricto; hasta los tiempos de Platón (V-IV a. de C.), cuando los discípulos del gran filósofo se reunían con él en Atenas, cerca del santuario dedicado al héroe Academo. Aquí Platón y sus discípulos hablaban no solo del pensamiento filosófico, sino también de las otras materias del saber humano. Después, en la Edad Media europea proliferan reuniones del mismo estilo en tertulias de mayor o menor duración hasta alcanzar el Renacimiento. Igualmente se celebran en los reinos hispanos, y aparecen los llamados cancioneros como el de Baena en época de Juan II en Castilla; o el de Stúñiga, de españoles en el reino de Nápoles, en tiempos de Alfonso V el Magnánimo; o la Gaya Ciencia en Barcelona. Pero será en la Toscana (Florencia) de manera especial, donde se van a dar las condiciones más favorables para el esparcimiento intelectual y literario que desemboca en la creación de una nueva academia, y esta se concreta en la Academia de la Crusca (1582). Y editan su Diccionario. Se va a dar un segundo caso en París un tiempo después al fundar la Academie Française (1635). Estas serán por tanto el germen que servirán de modelo en el nacimiento de la Academia Española en Madrid. 

Creación de la Academia Española 

   En España acaba de subir al trono el rey Felipe V tras una guerra de sucesión. Es el primer Borbón que llega a nuestro país para ser coronado y lo hace desde el país vecino: Francia. Y lo hace  con espíritu enciclopedista, por lo que se encuentra el terreno abonado para abordar la loable intención de fundar una Academia a la manera francesa, pero española. Por aquellos tiempos en Madrid un grupo de intelectuales españoles se viene reuniendo en torno a la figura del marqués de Villena, don Juan Manuel Fernández-Pacheco y Zúñiga, en su palacio de la plaza de las Descalzas, con una espléndida biblioteca, y donde se conjunta un grupo de amigos, todos de la aristocracia y clero, para tratar de  temas culturales y literarios, se va tomando conciencia en un momento concreto para llevar a efecto una empresa superior en el tratamiento de la lengua común. A la cabeza del grupo, como queda dicho, el dueño del edificio, marqués de Villena, título que había heredado de su padre, y nieto que lo era asimismo del duque de Béjar, por parte materna. Junto al anfitrión se encuentran reunidos un 3 de agosto de 1713 los siguientes amigos de reunión habitual: Vincencio Squarzafigo Centurión y Arriola; Juan Ferreras, sacerdote y bibliotecario del rey; Gabriel Álvarez de Toledo; Andrés González Barcia; fray Juan Interián de Ayala, mercedario; el jesuita Bartolomé Alcázar; el también jesuita e inquisidor José Casani; Antonio Dongo Barnuevo... que se plantean la necesidad de recrearse en un diccionario para "fijar la lengua". Se acuerda de igual modo ponerse bajo la protección del nuevo monarca, Felipe V, que más tarde aceptará de buen grado; e igualmente se plantean la necesidad de redactar unos Estatutos. Al final se levanta acta nombrando director a Pacheco y secretario a Squarzafigo. Y se acuerda el encargo a cada uno de los miembros el estudio de las palabras comenzando por sus letras alfabéticas. Y poco después se irán nombrando nuevos miembros con el mismo cometido, hasta conseguir el número de 24 como había exigido el rey. Y van entrando nuevos miembros: Francisco Pizarro Picollomini; Jaime de Solís y Gante, José de Solís y Gante, Manuel Fuentes, Manuel  Villegas Piñateli, Pedro de Verdugo de Albornoz, Pedro Scotti de Agóiz, que tienen por misión fundamental  redactar el ansiado diccionario. De este modo se completan las 24 letras nominadas como sillas. Y a su vez, se crean desde un principio los primeros Estatutos. 

    [(Como paréntesis digamos que en 1847, con Isabel II, por R.D., se crean nuevos Estatutos  y se añaden 12 sillas más, por R.D., aumentando hasta 36, señaladas con letras minúsculas, siendo la primera la "m"; y en 1980, ya en tiempos de Juan Carlos I, se añaden otras 10 sillas más, por R.D., hasta completar las 46 sillas actuales)].  

   Se considerará con posteridad que el nombre de dicha institución sea el de Academia Española, siguiendo el modelo de la francesa, y, como se funda con los auspicios regios, se le antepone el título de Real. Se tiene conciencia desde el principio de la necesidad de ponerse a trabajar duro para alcanzar cuanto antes la publicación del  diccionario lo más completo posible como lo habían conseguido con anterioridad, tanto la Academia de la Crusca como la Francesa. El nuevo volumen llevará el título de Diccionario de Autoridades y saldrá a la calle entre 1726-1739. Con el tiempo años irán apareciendo nuevas ediciones del diccionario, todas ellas corregidas. Recordaremos que ya estaban en vigor dos diccionarios anteriores, aunque más limitados, los de Nebrija (1492) y Covarrubias (s. XVII). Más tarde, 1741, saldrá a la luz la primera Ortografía española de la lengua; y en 1771 la primera Gramática española). Con el tiempo irán apareciendo nuevos Estatutos, Ortografías y Gramáticas. Los primeros Estatutos aparecieron  en 1715. Y ese mismo año, 1715, se crea el lema "Limpia, fija y da esplendor" con su crisol, del académico José de Solís y Gante, salmantino. 

[(Los primeros numerarios han de tener su residencia en Madrid y años más tarde (1728), se nombran nuevos miembros honorarios y supernumerarios. Luego (1858) desaparecerán los dos últimos títulos y se crean ya los de correspondientes: españoles e hispanos y extranjeros, que siguen en vigor. Entre los correspondientes extremeños citaremos a Rafael García-Plata de Osma, y a José López Prudencio en el pasado y José Manuel González Calvo en el presente. Durante el mandato de Primo de Rivera se van a nombrar académicos regionales que representarán en la Academia secciones d las diferentes lenguas regionales en nuestro país: catalán, vascuence, gallego, valenciano y mallorquín. Hoy desaparecidas)]. 

Alguna consideración respecto a la Real Academia Española. 

Hemos tenido que llegar hasta 1979 para que una señora traspasase los umbrales de la R.A.E., al ser elegida primera mujer como académica de número de la docta Casa. Se trata de la cartagenera Carmen Conde Abellán, nacida en 1907 y fallecida en 1996. Antes, caso único, en el siglo XVIII reinando Carlos III en España, la madrileña María Isidra de Guzmán y de La Cerda, de la rancia nobleza española, fue nombrada Académica Honoraria de la Real Academia Española, si bien su nombramiento sería irrelevante. Pero sí, existió este precedente, aunque sólo como honoraria, que no de número, y méritos tenía. Mujer brillante intelectualmente alcanzó los grados en Filosofía y Letras Humanas por la Universidad alcalaína. Y todo ello con solo 17 años. Sería conocida como "La Doctora de Alcalá". Y ahí quedaría todo. 

A modo de confesión con la labor realizada por los académicos extremeños de número 

   Tal vez el posible lector se sorprenda del poco espacio que hemos dedicado a nuestros académicos de número extremeños en este artículo y bien que lo sentimos; ya que de todos ellos o de casi todos poseemos abundante información extraída de entre otras fuentes, de la propia Academia, unos con amplísimo currículum, otros  porque su actividad en la creatividad sería casi irrelevante. Pero queremos ser conscientes que estamos ante un artículo divulgativo de revista y no frente a un libro en el que sí podríamos extendernos con más facilidad. Confórmense nuestros amigos lectores con estos ligeros apuntes de cada uno de nuestros académicos coterráneos. Y que conste que entre los nombres citados los hay con una alta calidad literaria y también humana; de otros, poco se puede esperar de ellos, pero todos ocuparon una silla en la Docta Casa. Me parecía también que algunos apuntes de historia de la propia Academia y su propio comportamiento debían asimismo tener cabida en este artículo que no tiene otro fin que el de su divulgación especialmente entre extremeños.